Salud

A la suya, de usted.

¿Qué hace una pobre cuentacuentos, totalmente ajena al mundo, hablando de salud? ¿acaso los cuentos esconden la receta de algún brebaje curativo? ¿o quizá puedan aliviar algún tipo de transtorno mental? ¿o potenciarlo?, cualquiera sabe, cualquiera digo, yo desde luego no...

Me pito y me repito, ya que mi discurso no es muy largo ni muy complejo. Así trato de abordarlo desde lugares distintos, para sonsacarle alguna cosa... si se deja. Lo digo porque vuelvo a una afirmación que ya hice tímidamente en este blog: Una de las cosas que busco en un cuento es que algo cambie en mí, a mejor.
De esta manera, busco cuidarme yo y cuidaros, si queréis.

Pero lo de la salud es tan complejo... Acabo de buscar la definición de Salud en el diccionario y no me encaja con lo que quiero deciros. Os la transcribo: Estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones.
Ésta es la primera acepción y la más general. Lo que no me gusta de ella es lo de "normalmente"... Y eso que me encanta la normalidad, hay paz en lo que es normal... Pero hay algo en lo que considero normalidad generalizada que no creo saludable en absoluto, y muchas posiciones que se hallan fuera de esa normalidad parecen enormemente más sanas. ¿Entonces?...
La normalidad de las funciones de un hígado me resulta más fácil de definir que la de ciertos hábitos de conducta, o, lo que más me preocupa, como seres orgánicos que somos ¿cuál es nuestra función? ¿cómo la vamos a ejercer normalmente si ignoramos cuál es?

Encontré otra definición (hay miles, pero elegí ésta):
"La salud es principalmente una medida de la capacidad de cada persona de hacer o convertirse en lo que quiere ser."... René Dubos.

Pero si no sabemos cuál es nuestra función, tampoco sabemos lo que somos ni lo que queremos ser...

Cuando se habla de salud, parece que hay una serie de personas, profesionales, que sí saben perfectamente lo que nos conviene; lo que va a hacer que todas, absolutamente todas nuestras funciones, sean ejercidas con normalidad.
Nadie está completamente sano, o lo que es lo mismo, nadie es completamente normal, y por eso hay gran oferta de terapias: Aparte de las que ofrecen las medicinas occidentales, orientales, africanas... las psicoterapias como el psicoanálisis, la psicología conductista, la gestalt, tenemos también arteterapias, aromaterapias, musicoterapias, risoterapias, colorterapias... y están muy bien...

Se utilizan cuentos, desde siempre, para transmitir enseñanzas sobre todo esto: sobre lo que somos, sobre lo que sabríamos que queremos ser si nos escucháramos... Hay algunos psicoterapeutas, y algunos autores de libros de autoayuda, que los utilizan costantemente, que incluso tienen libros que son meras recopilaciones de cuentos.
Lo siento... Me producen rechazo... Y digo que lo siento, y es verdad, porque ya sabéis que Ensimismari, la que escribe en este blog, es sólo una de las personalidades de otra, a la que no viene a cuento nombrar, que sabe perfectamente que los libros de autoayuda y los cuentos que conducen a una moraleja, hacen su labor. Pero yo ni leo ni cuento para hacer ningún tipo de terapia (probablemente, de manera involuntaria, me sirva, nos sirva como tal) ¡Pero no! ¡me niego!
Os aseguro que eso no es saludable para mí, mi naturaleza se rebela ante esa normalidad regulada y vacía, ante esa falta de creatividad de seguir al pie de la letra la receta. Me enervan las moralejas sin salida, sin opciones, sin equivocaciones.

De esta manera, lo que le es saludable a mi organismo, es encontrar normalidad en ciertas anormalidades. Leer de pronto algo imposible, que sin embargo está escrito, y que tiene su verdad. Y sentir que no está solo.

Trabajo

Soy cuentacuentos.
Eso no es un trabajo, otra parte de mí tiene que trabajar de verdad, aunque eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...

No soportaría que contar cuentos fuera un trabajo.

Voy a compartir con vosotros un párrafo de El Corazón de las Tinieblas, de Joseph Conrad:

No, no me gusta el trabajo. Prefiero ser perezoso y pensar en las bellas cosas que pueden hacerse. No me gusta el trabajo, a ningún hombre le gusta, pero me gusta lo que hay en el trabajo, la ocasión de encontrarse a sí mismo. La propia realidad, eso que sólo uno conoce y no los demás, que ningún otro hombre puede conocer. Ellos sólo pueden ver el espectáculo, y nunca pueden decir lo que realmente significa.

Yo, Ensimismari, la cuentacuentos, soy perezosa. Mi misión cuentacuentística es serlo, y pararme a contemplar y a compartir esos ámbitos extraordinarios de los que ya he hablado y que son los cuentos. Arrastraros, si os dejáis, a esa pereza del no trabajar y ocuparse en otras cosas más hermosas y también necesarias.

Pero hay otra parte de mí, os lo confieso, que no es Ensimismari (aunque en este blog no quisiera que hablara mucho esa parte, ahora es necesario) y que trabaja (tampoco le gusta, no os vayáis a creer) y valora esos momentos que todos los trabajos tienen de mecánico, de ya aprendido, de monótono... que son aquellos en que, como Conrad sabía, uno entra en sí mismo y llega a lugares que le son exclusivos.

Estos momentos son oro para cualquier cuentacuentos.

Estos momentos son los que hacen posible que, al entrar uno en contacto con un cuento, con un personaje, una situación, una emoción, la descripción casi táctil de una brisa, diga Sí... ¡Qué placer!, qué mavavillosa identificación, qué, de repente, no sentirse solo, ¡cuánta alegría!.

Se necesitan quizá el trabajo y la rutina para mirar hacia dentro.
Se necesita la pereza para salir de esa rutina y entrar en lo extraordinario.
Y se necesitan las dos cosas para que lo ordinario y lo extraordinario confluyan y que todo, de golpe y porrazo, tenga sentido y... Toda esa felicidad.