Mentirosos compulsivos

Estoy preparándome un cuento nuevo: Madame Zilensky y el Rey de Finlandia, de Carson McCullers.
Si alguien tiene curiosidad, se puede leer aquí.

Comentándolo el viernes pasado con una amiga, ésta me hizo ver que el personaje de Madame Zilensky se parece mucho al mentiroso compulsivo protagonista de otro de los cuentos que me gusta contar: El día de cada día, de Quim Monzó.
(Éste no lo he encontrado por la red, pero en las bibliotecas es fácil, está en el libro Guadalajara).

Y me he dado cuenta de que me gustan mucho los mentirosos.

Ésta es una afirmación peligrosa. No me gustan los que mienten para engañar, a sí mismos o a los demás, para esconderse detrás de su mentira. No, eso no me gusta.

Lo que me conmueve es ese tipo de mentira que se vuelve verdad. Esa que transporta al embaucador y al embaucado a un nuevo mundo en el que abandonarse a gusto.

Me acordé también de otro texto que siempre me encantó (y éste se lo he de dedicar a mi amigo Alfonso), y que es el tercer poema de El Espantapájaros, de Oliverio Girondo.
Para leer éste, aquí está el enlace.

Otra mentirosa compulsiva maravillosa y feliz...

Los cuentos

Un cuento es un ámbito extraordinario.
Y ya...

Los cuentacuentos queremos llevaros de la mano a ese ámbito, somos los guías.

¿Qué no es ser cuentacuentos?

Ser cuentacuentos no es ser monologuista.
El monologuista cuenta anécdotas que parecen reales y personales, lo sean o no, y que hacen que el público se sienta identificado.
Hablo del monologuista tipo Club de la Comedia.
El monólogo teatral tampoco es cuentacuentos.
Los monólogos no son cuentos, son discursos. Éstos los puede hacer un personaje dramático que reflexiona ante la nada, o un cómico que se dirige directamente al público, haciéndole partícipe de sus opiniones, sus sentimientos...

Tampoco es cuentacuentos quien cuenta historias reales.

Ni lo es quien interpreta un cuento teatralizado.

Me presento


Me llamo Ensimismari y soy cuentacuentos.