Curso-taller de cuentacuentos

Después de tanto tiempo contando, me decidí hace relativamente poco a impartir cursos de cuentacuentos.

Hasta ahora he realizado dos talleres intensivos, de 6 horas. Ayer fue el segundo, tres meses después del primero, con distinto grupo y más o menos el mismo guión y los mismos ejercicios. Fue genial.


Preparar un curso significa pasar revista a mi manera de hacer. Desde que elijo el cuento hasta que llega el momento de contarlo delante del público.
Ser consciente de todas mis herramientas, de mis recursos y artimañas.

Y la preparación plantea también una pregunta necesaria: ¿cómo lo podría hacer mejor? Para que mis alumnos no repitan mis errores.

Así que aprendo muchísimo.

Y luego hay más. Luego está la ejecución del curso, con todos los que vienen al taller. Cada uno con su voz, sus gestos, su mirada... Cada uno transmitiendo de una manera distinta.

Me encanta.

Queja de la moraleja

Me quejo, sí, me quejo. ¡Cómo me quejo!. Me quejo de las moralejas, de los cuentos construidos alrededor de las moralejas; y de los cuentacuentos que se empeñan en darles una enseñanza forzada, y que sólo sirve para gloria del cuentacuentos, a maravillosas historias hechas sólo para ser maravillosas.

Ya he hablado un poco de esto antes, en una entrada que titulé Salud.

Pero hoy quiero seguir quejándome. Y hoy me quejo de esos (escritores o contadores), que se creen llenos de buena voluntad e iluminación y se erigen nuestros gurúes. Y nos llenan de moralejas y nos pervierten los cuentos...

La moraleja es la prostitución del cuento.

Déjennos... Queremos el cuento. Queremos leerlo y hacerlo nuestro. Queremos llevarlo a nuestra experiencia y sentirnos felices de habernos encontrado con él. No nos lo chafen... por favor.