Sobre cuentos y diarios

EL DIARIO A DIARIO
Un señor toma el tranvía después de comprar el diario y ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazo. Pero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de plaza.

Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que un muchacho lo ve, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego se lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis.

Julio Cortázar

Los cuentos también pueden tener metamorfosis de este tipo. Pueden, igual que el diario, convertirse en un montón de hojas impresas. Éstas, la mayor parte de las veces, están encuadernadas entre dos tapas más o menos lindas, y embutidas en una estantería.

Un cuento es un cuento cuando se está leyendo, también cuando está esperando a ser leído o releído. Y un cuento es cuento de otra manera cuando se está contando.

No es que el cuento sea más cuento cuando se cuenta, no es eso. Hay cierta intimidad al leer un cuento, y otro tipo de lenguaje en la literatura.

Un cuento contado es un cuento aéreo. Deja de vivir sobre el papel y transmigra en aire. Aire que viaja a través de la sala, o de la plaza, o del parque hasta el corazón atento del que escucha. Y hay otro tipo de intimidad entre esa historia y ese escuchante. El escuchante no está a solas con el cuento, está el cuentacuentos haciendo las presentaciones, y no sólo a él, sino a todo un grupo de escuchantes. Y sin embargo, al que escucha le parece que aquello le está siendo contado de manera casi exclusiva.

Y el cuentacuentos también se reencuentra con la historia. La puede ver en los rostros de quienes le escuchan. De repente el cuento está ahí, en el aire, tomando forma. Y el que cuenta se sorprende y se emociona al comprender esa forma, y se la va describiendo a los que allí están ¡Qué tonto! ¡como si ellos no lo vieran...! Y es verdad que el público hace un poco como que no la ve, porque les encanta oír cómo el cuentacuentos señala al vacío y va enumerando las hebras, los nudos, los giros y engrosamientos de ese cordón de aire que le une a los escuchantes.

2 comentarios:

  1. ¡Guíanos Ariadna, pero hasta el centro del laberinto, para que el minotauro nos devore un rato, o quizá nos deje pasar la noche en su regazo brutal!! Yo, desde luego, necesito ese cordón.
    Penélope

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  2. El cuento en el alma de aquel que escucha ya no es mas cuento, es vida.
    Es una experiencia que une para siempre a dos personas: el que cuenta y el que se hace el contado.
    La próxima vez que se abran tus ojos que sea para ver esos hilos de vida que quedan tejidos entre tus palabras y el resto del mundo.

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